SIN RUMBO
Hay grietas que presagian el final de una etapa, anunciando un prematuro derrumbe de difícil solución.
En el filo de la debacle intentamos tapar, o al menos asegurar con nuestro mejor cemento, aquella estructura que un día fue creada a pico y pala. Un espacio de sustento personal que guarda en su interior las cicatrices de aquellos que lograron construir con esfuerzo lo que hoy ya tiembla por el devenir de los años.
Hay finales inevitables, donde al principio correrán ríos de lágrimas cuando caiga nuestro castillo de naipes, para dar paso tras el duelo a una nueva ilusión libre de polvo, esquirlas y cascotes. Son finales humanos: justos, injustos…¡Quién sabe si necesarios!.
Por desgracia hoy en día, la panacea resolutiva de cualquier problema, sea cual sea su índole, es una inteligencia artificial y externa donde el seso es una mera estantería que únicamente guarda las instrucciones necesarias para poder teclear sin morir en el intento.
Aquello que un día fue el capitán general que dirigía con mejor o peor criterio los caminos de su vida, hoy es sólo un vigía que observa en armonía un timón inteligente virar sin control en mar abierto.
Cuando las aguas se agiten y algún comando erróneo provoque fugas en el casco, tendrá que rendirse y aceptar la debacle de un rumbo predeterminado, sin poder escapar de aquel lugar, ni siquiera achicar el agua; la misma que tiempo atrás habría regado de ideas su cerebro ya atrofiado. Plástico inerte que se hunde con mirada hierática en la profundidad de un proceloso mar.
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