CONFUSIÓN
Cerebros dormidos suplican alivio en la profundidad de su fase REM. Marcan durante la noche compases oníricos que rehabilitan los circunloquios, bastidores fundamentales que mantienen a raya la mínima estabilidad emocional y vívida.
La sobre estimulación de un sistema digital perpetuo encierra en su cárcel la voluntad humana, con grilletes que aprietan cada vez más fuerte cuando se desata el acto de la repetición en cada nueva descarga.
Sueños que calman, castigan o curan, a voluntad de conexiones sinápticas, son jueces del bienestar general. Son guardianes y médicos de la noche que miman e intentan reparar lo acaecido el anterior día.
Clasifican imágenes, sentimientos, actos y hechos a una velocidad sin parangón, donde el ejército neuronal lucha infatigable hasta el límite de la rendición.
Llegada la primera luz del alba abandonan su guardia y dejan volar de nuevo a su ser en busca de un nuevo día: que prometa ser más simple, analizando la vida.
Más su vida siempre vuelve a la primera pantalla. Esclavo de su adicción, monigote en sus entrañas; queriendo pedir ayuda en su anodino silencio, en su personal batalla.
Haces de luz y mensajes; vídeos que devuelven al bucle mentes ya incontrolables, claman paz a terceros, porque no pueden distinguir a solas la realidad que se perdió en momentos inestables.
Pandemia real y silenciosa, sin necesidad de mascarillas; de mortalidad lenta y efectiva, que acapara sin demora, la vida que un día fue juego y hoy confusión en la sombra.
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