EL ÚLTIMO VIAJE
Parecía estar perdido en un lugar apenas reconocible y casi imperceptible desde la cama donde permanecía postrado. Él, que había navegado por los senderos más crudos de la vida, recorrido miles de veredas, sentido incontables experiencias que habían conformado toda su existencia hasta entonces, se encontraba ahora metido en la niebla más espesa.
El frío calaba sus frágiles y marcados huesos, haciendo tiritar hasta el último músculo de su ya ingrávido cuerpo. No recordaba haber realizado nunca un viaje sin guía ni mapa; siempre planificaba las cosas hasta el último detalle para que la ansiedad no tomara el mando y rumbo equivocado. Sin embargo, allí, a pesar del frío, la blancura y el espesor cada vez más pesado pero mullido de la nebulosa que acechaba su entorno, comenzaba a sentir la nitidez de aquel lugar desconocido.
Un paisaje que carecía de ornamentación y vicio; donde el simplicismo gobernaba indiscutiblemente en el reino de la nada y solamente obligaba a iniciar un vuelo sin cinturón ni pasajeros.
Asiento en primera clase, donde no hay motores, sólo cielo y nubes acechando el rostro, rayos de sol atravesando el cuerpo para calentar el alma de un viajero, que ya escucha de fondo, entre lágrimas y lamentos, recuerdos de su estancia en suelo, morriña de compañeros.
Antes de llegar a casa y cerrar su libro ya terminado, añade una última línea, posdata del eco que entre la niebla sonaba. Y cerrando sus ojos rubrica: Buen viaje compañero, bueno seguro te espera.
Comentarios
Publicar un comentario