LETRAS OLVIDADAS

 Se abre de nuevo el telón del escenario donde cada día se pretende que la función alcance el éxito deseado; anhelando ya no los vítores del público, sólo sobrevivir sin daños. 

Los actores salen a escena: maestros sin tiza parapetados entre pantallas y programas que prometen un aprendizaje digital eficaz y perpetuo, simulan dejar huella con imágenes que ocupan durante horas las mentes de nuestros niños, aparcando libros como si fueran un mero ornamento, reliquias de algún museo.


Actos de “Ser o no ser”, que se funden en dilemas acerca de la idoneidad que pueda proporcionar el bien digital, ocupan soliloquios difuminados entre el rumor de los clientes una vez más. 


Poder gozar de las ventajas sonoras y visuales durante la mayor parte del tiempo atrae al público más joven, entusiasmado y hambriento de engatusar neuronas de contenido vacuo.


Llegando al final de la obra los actores en un intento desesperado de cordura, sacan papel y lápiz deslizando con soltura letras con olor a grafito. 


El público abuchea, baja la mirada y comenta. Algunos se levantan y marchan; tímidos bostezos asoman, la miradas se marchitan atónitas sin apenas entender nada. Nada que no sean figuras sin movimiento, conocimiento fácil que no requiera casi esfuerzo. 


Termina la obra y abandonando el teatro, hay reproches y conformismo. En la tarima quedan caras con maquillaje corrido, lágrimas que riegan con sal el presente ambiente hastío, y olvidados sobre el suelo, tinta en papeles caídos. 

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