MAÑANA DE INVIERNO

 Rompe el cielo el primer tímido rayo de sol anunciando un nuevo alba de invierno. Otra mágica oportunidad para seguir conociendo el mundo se abre paso en esta fría mañana donde los restos de hojas que dejó el otoño se abrazan bajo un lecho de escarcha helada esperando que el tibio sol de mediodía redescubra los tiznes marrones y amarillentos con los que hace no mucho tiempo claudicaron, dejándose mecer hasta el suelo, vencidas por el ansia de desnudez del árbol al que pertenecían. 


El viento ulula fuertemente entre los pinos asemejando el pitido de un tren. Los conejos corren ateridos buscando algo nutritivo que poder llevarse a la madriguera. El pueblo descansa, la naturaleza también. El punto de equilibrio, respeto y convivencia roza la perfección. 


Poder contemplar la diversidad de la fauna y flora que aúna el paisaje presente es un regalo para los ojos y corazón. También para los oídos, calmando lentamente el traqueteo de la mente, permitiéndola descender a un nivel más que aceptable para el ritmo frenético al que estamos por desgracia acostumbrados. 


Regreso sobre mis pasos, sobre el crujir de hojas y piedras que seguramente, estas últimas, han visto más mundo del que podamos imaginar. En el filo que separa la linde del pinar con la burbuja que abraza la “civilización”, una hilera de piedras húmedas por el rocío, parecen decir adiós con lágrimas sobre su pulida superficie. 

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