REGRESO A CASA

 Se despertó acurrucado en el rincón de la cama con la nariz a dos palmos de la pared. Era de un color crema un poco feo para su gusto, pero no importaba demasiado. Envuelto hasta el cuello, la doble manta le protegía del frío, y un agradable ambiente templado, que la leña ya blanquecina por el devenir de las horas había dejado, inundaba la estancia con el clásico aroma de un invierno perfecto, si hubiera una clasificación olorosa para ello. 


Con la merecida pereza que un final de carrera universitaria le proporcionaba, se vistió, visitó el cuarto de baño y fue al salón para desayunar, donde se encontraban sus padres y hermano mayor viendo la televisión. Era un programa más, vacío de contenido como suele ser usual; sin embargo no importaba demasiado. Poder sentir sus miradas y conversaciones como antaño, evocaba y removía en su interior el verdadero sentimiento de lo que se podría llamar verdaderamente felicidad. 


Reconocer el sabor de un abrazo, un beso, una ironía de hermano…¿Acaso hay algo más puro que descansar donde uno siempre tuvo buenos recuerdos, donde alegría y tristeza equilibraban la balanza de la vida, y los problemas eran menos si se compartían?


Papá estaba recostado en un lado del sofá durmiendo la primera siesta de la mañana y mamá ojeaba una revista mientras la comentaba, más con la ilusión de poder tener una sincera conversación que con interés, las noticias de los famosos de turno que esa semana asomaban. Su hermano simplemente se dedicaba a mirar vagamente su teléfono prestando un interés vacío y sin compromiso a la pantalla.


Normalmente solía desayunar un café tibio y una tostada parcialmente quemada, pero estos días deseaba con todo su corazón rememorar aquellos tiempos donde los problemas se esfumaban bajo el vapor de un cacao caliente y una esponjosa magdalena. 


Era poco antes de mediodía cuando se enfundó el abrigo de plumas. Dio un beso a sus padres, una palmada en la espalda a su hermano y bajó a la calle. Habían pasado casi quince años desde la última vez que pisaba de nuevo la tierra que le vio nacer, pero sus pies y alma reconocían ese ambiente como si jamás hubiera abandonado aquel lugar, su verdadero hogar, el que removía de verdad su corazón, donde el tiempo parece detenerse en cada esquina y se respira ilusión.


No tenía rumbo fijo, así que decidió dejarse llevar en su paseo y que su mirada se embelesara de nuevo, cuál niño en la noche de reyes, con los edificios y luces que mañana desaparecerían hasta la próxima Navidad. 


Recorrió todas las calles del centro. Todo seguía prácticamente igual. Los comercios en los que tantas veces había entrado antaño apenas habían realizado cambios, conservando su esencia con diferentes escaparates. 


Después de un largo pasear, dejó los edificios a su espalda y llegó hasta los márgenes del río que tantas veces le había acompañado en los momentos que más necesitaba reflexionar durante su juventud. El banco donde solía sentarse estaba claramente dañado por el paso y las inclemencias del tiempo, sin embargo resistía en pie con sus viejas cicatrices de madera. 


El silencio y el viento helador eran los actores ideales para el escenario que tenía delante. En la zona donde todavía no había llegado la luz del sol, el agua permanecía congelada y el césped brillaba ataviado con un manto blanco de fino hielo que cubría cada una de las briznas que asomaban de la tierra. 


Frotó sus manos con esmero para intentar entrar en calor porque nunca le había gustado usar guantes, y levantándose después de contemplar el paisaje, volvió sus pasos en la misma dirección por donde había venido, puesto que las luces de las farolas anunciaban incipiente la noche. 


Sus sentimientos estaban confundidos. Mañana era el día que no deseaba que llegara por nada del mundo. Un nuevo trabajo en Francia le esperaba con los brazos abiertos ofreciéndole los más exquisitos placeres y posibilidades; sin embargo la alegría, el miedo y los recuerdos habían empezado a crear un torbellino en su cabeza. 


Después de cenar y disfrutar de una buena charla con su familia, se puso el pijama de lana que su madre le había regalado la semana pasada y se refugió de nuevo en las sábanas. Morfeo no tardó en visitarle y se durmió enseguida. Esa misma noche, soñó con su nuevo trabajo. Todo era perfecto, en realidad casi perfecto. París era el sueño de cualquier joven apuesto y talentoso como él, sin embargo hacía muchos años que no recordaba la paz que había sentido durante estos días. 


A la mañana siguiente, porte elegante y maleta en mano, abrazó a sus padres en su regazo y dijo: -tengo algo que contaros.

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