UN PARTIDO MÁS

Acostumbrados estamos por desgracia,

a normalizar, convertir en costumbre y próximamente tradición, 

a escupir todo tipo de improperios, (a cada cual más venenoso), 

con el único fin de liberarnos, como de una adicción,

durante un breve periodo de tiempo de la amargura que guardamos dentro, 

rabia e ira contenida que regalamos sin piedad, a quien trata de dar lo mejor de sí mismo, con amor y libertad.


Paseando junto al campo de fútbol, 

claros y nubes en cielo, 

escuchando estruendos de gritos y tambores, gentío jaleando a sus jugadores, 

hoy ha vuelto a ocurrir de nuevo. 

Un fallo clamoroso y todo el campo grita a coro, calificativos libres,

a imaginar por el ser humano.


Trabajo bien o mal remunerado, 

donde todos merecemos el respeto, beneficio de un esfuerzo. 

Hay días mejores, peores y nefastos. 

Días para olvidar y querer ser olvidado, 

pero sin duda nunca,

para ser descalificado. 


Volver a casa habiendo ganado o perdido, 

de la mano y compañero un hijo, 

que por pequeño que sea, viendo la grada llena, 

siente odio descomedido, cuando se ceban con aquel chico, 

que al salir de este partido, se derrumba sobre la acera.


Mañana en el periódico,

“feedback” de resultados, 

en su casa encerrado, estará aquel muchacho, 

posiblemente en pijama, posiblemente callado, sollozando en su almohada, suplicando qué ha pasado. 


Pan y circo para el pueblo, 

sin límites delimitados, 

solo por rencor ajeno, merecen ser insultados. Poca solución tiene, solo con que alguien grite, otro pequeño lo escuche, 

lo aprehenda y lo imite. 

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