MIEDO
No hay sentimiento más poderoso ni fatídico como el del miedo. Una forma de manifestación inherente a la protección concebida desde el mismo momento del nacimiento.
Espectros invisibles paralizan el alma, quemando a fuego lento en su quietud la posibilidad de decisión que consiga desbloquear el camino y deshaga el nudo de la cuerda, aquella que aprieta sin contemplación ni duda hasta absorber y exprimir con fruición hasta la última gota de néctar de nuestra fuerza.
Miedos de duda y premonición; de sensaciones pasadas, futuras expectativas o circunstancias extremas. Miedos a la reacción social, a causas ajenas donde no podemos controlar personalmente la situación. En definitiva…vivimos bajo el yugo de la continua cautela para mantener una supuesta seguridad e integridad útil y, aunque sea de modo efímero, agarrarnos al salvavidas que sostenga nuestro aliento al menos durante los próximos segundos.
Cuantas experiencias o alternativas desconocemos y así lo seguiremos haciendo por entregarnos sin condiciones al demonio de la precaución extrema.
Quizás debiéramos intentar negociar con el paradigma de la contradicción y atrevernos, siempre y cuando se respete la integridad física y moral, a probar aquello que revuelve nuestras vísceras; para expulsar la bilis que condiciona el bienestar. Para empezar a deshacer el nudo que lleve a la libertad.
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